Un libro de Andrés Pérez Arribas editado por AACHE, en Guadalajara, 2003112 págs., 22 x 31 cms., ISBN 84-95179-90-3Encuadernación en cartoné, ilustraciones a color, gran formato.12 €urosLa historia, y sobre todo las anécdotas, del palacio en que vivióla mujer más rica de España en el siglo XIX.Historia:Construcción, autores, técnicas, vivencias, personajes...Arte: descripción en todo detalle de este palacio, una de las obras cumbres del arquitecto Velázquez Bosco, el mejor arquitecto español posiblemente del XIX.Maristas: Actividades del Colegio de Hermanos Maristas, que tiene su sede en Guadalajara en este emblemático edificio.
En el mismo centro de Guadalajara, hoy ocupado por la Congregación de Hermanos Maristas a la que sirve de sede de su colegio, existe un enorme y magnífico palacio señorial que ha formado parte, durante los dos últimos siglos, de la historia de la ciudad. Ahora ha sido recogido su avatar permanente en un precioso libro, grande de dimensiones, pleno de fotografías a color, y de planos, que ha escrito ese incansable historiador de todo lo alcarreño que es Andrés Pérez Arribas.
Doña María Diega Desmaissières, siempre viajando por Europa, cuando no en Bélgica estaba en Dicastillo, en Navarra, en Burdeos, o en Madrid, de vez en cuando recalaba en Guadalajara, y al palacio de sus mayores se aficionaba cada vez más, hasta el punto de que a finales del siglo XIX mandó a su arquitecto personal, que era también uno de los más afamados de España, don Ricardo Velázquez Bosco, que le reformara, que le añadiera, que le pusiera los últimos adelantos y las mejores puntas de belleza.
El origen de este palacio ciudadano debe remontarse al siglo XVII. Ocupaba toda una manzana frente al convento de las Carmelitas de Arriba, y llegaba por detrás de la iglesia de San Ginés, actual palacio de la Diputación. Con arreglos progresivos que fueron tapando los agujeros de su vetustez, no fue hasta 1877 que doña Diega acometió la reforma total, de la que hoy vemos sus mejores huellas. En el estudio de Pérez Arribas, prima el interés de los diversos planos de este conjunto palaciego y sus jardines, que él ha descubierto en el Archivo Municipal de Guadalajara.
Mucho por ver
Auque no es fácil entrar al palacio que fue de la Condesa de la Vega del Pozo, pues está dedicado hoy a las tareas de enseñanza con los Hermanos Maristas, sí que puede intentarse admirar su contenido, y su continente. Sobre la puerta de entrada, qué menos que admirar el gran escudo blanco que ofrece las armerías de los Desmaissières y López de Dicastillo. Se añaden a la riqueza arquitectónica las terrazas, el pabellón semicircular, la torre incluso de San Sebastián, que nace desde la espléndida portada hoy ciega donde el santo asaeteado entrega al viandante su grano de arte simbolista de comienzos del siglo pasado. La torre imita un elemento románico, y desde su altura se contemplan la ciudad entera, la Campiña del Henares, las lejanas sierras azules.
El patio principal, ha sido muy bien tratado. Es enorme, tiene 144 metros cuadrados con 16 columnas, y desde él se pasaban a los salones de la señora, por una parte, y a las cocinas y se bajaba a las cuevas del subsuelo. El libro de don Andrés Pérez Arribas va detallando, con toda minuciosidad, cómo era este palacio en los inicios del siglo XX, con su ascensor que entonces causaba admiración, con sus grandes cocheras, sus paseos bajo la penumbra de copudos árboles, los espacios de charla, de frescor y los salones ricamente decorados de pinturas, velones y alfombras.
La casa de la Condesa quedó vacía cuando murió en Burdeos, en 1916. Sin herederos declarados, muchos de los bienes de esta aristócrata pasaron en Guadalajara a la casa de los marqueses de Casa-Valdés, quienes en 1961 se lo vendieron a la Comunidad de Hermanos Maristas, para poner Colegio en él. En el libro que comentamos aparecen al detalle narradas las vicisitudes de esta compra, las autorizaciones para iniciar los estudios, y el ideario de los Hermanos, con detalles muy curiosos y seguro que llenos de nostalgia para cuantos han estudiado en sus aulas durante los últimos cuarenta años, que se dice pronto.
En resumen, una oportunidad de contemplar y evocar este edificio que marca una época, por su arquitectura y su historia, en la ciudad, que le sigue teniendo por faro de belleza y pináculos, aunque su memoria quede diluida un tanto en las prisas del centro, en el quehacer urgente de cada día. No está de más pararse un momento a contemplarlo, a saborear su perfil de amenidad francesa, de blanca mirada intemporal y cierta.
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